lunes, 23 de febrero de 2009

domingo, 22 de febrero de 2009

HORRORES Y CUENTOS DEL “CORAZÓN”



No quiero recordar la fecha pero sé que no se me borrará de la mente jamás la hora. Era un poco antes, sólo un poco antes de las tres de la tarde. En mi casa veía y escuchaba la TVG. La locutora dio una noticia que acababa de suceder. Una primicia sobre la marcha del telediario: en el aeropuerto de Madrid había habido un accidente. Así sin más. Supongo que cualquier medio del mundo haría lo mismo. Seguramente para cualquier medio del mundo “el mercado”, el dios actual de la economía, demanda actuaciones así. Agresividad comercial, impacto, primicia (y todas esas “lerias”) dirán complacidos los sumos sacerdotes de la nueva deidad.

Aquel mismo día y a aquella misma hora, mi hija y muchas más hijas, y padres, y hermanos, y muchos seres queridos de muchos, estaban en aviones a punto de aterrizar en Madrid. Y a todos nos dio un vuelco el corazón, se nos nubló el cerebro y sentimos mucho miedo y horror. A algunos la tristeza ya no les abandonará nunca. Otros, felizmente, tardamos sólo un poco en saber que aquel avión despegaba hacía Canarias. Poco tiempo pero… ¡cuánto tiempo puede durar un cuarto de hora algunas veces! Aquella tarde fueron apareciendo muchos muertos. Una tragedia.

Durante muchos días los periódicos, las radios, las televisiones contaron tanto, con tantos detalles, con tantas teorías que el dios mercado debió regocijarse de gusto. Desde su pedestal antihumano y en el que el sentimiento no importa, sirvió fielmente al morbo nauseabundo de mucha gente. E hizo sufrir muchísimo a las familias de las víctimas que hubieran deseado un poco de tranquilidad.

No puedo seguir mi escrito sin recordar a los familiares de los fallecidos y expresarles mi pesar. Quizás en el pésame más sentido que he dado nunca.

Cuando yo me marché a un viaje desde Tui, de eso se hablaba en mi ciudad, prácticamente sólo de eso, y ya había muchos técnicos en alerones, planos, timones, sensores de calor y de frío. Y, en general, de todos “los aparellos”de las grandes aeronaves.

Pero cuando volví, días bastantes después, ya había otro tema de actualidad. La gente hablaba de la gente del “corazón”. Ya saben Vds. de esa gente que va a las bodas de los famosos, de los hijos de los famosos, de los nietos de los famosos. Bueno, de esos famosos que no tienen nada que ver con Fleming ni Eisten ni Francisco de Asís, ni de ningún premio Nobel. De esa gente de la cual alguna jamás ha dado golpe, cobra por entrevistas y, también algunos o algunas, tienen los cuernos de oro que otros, también algunos o algunas, portan con orgullo. Y cobran por contar cómo se los pusieron o los pusieron.

Otra vez el dios mercado. Mis felicitaciones a los contrayentes. Mis deseos de que salgan poco, mejor nada, en el tipo de revistas del “corazón”. Mi consejo, que nadie me ha pedido, que escapen más de los papanatas que de los paparachis.

Durante el tiempo que duro el hablar de estas cosas, muchas personas, algunos niños recién nacidos, murieron ahogados o de frío o de hambre, en un cayuco o una patera. Sólo querían trabajar en este u otro país del entorno. Les bastaba, además, el trabajo que trabajadores de aquí rechazan. Los ascendientes de una sociedad, la occidental, los colonizaron y robaron durante siglos y hasta muy recientemente. Aquellos colonizadores y neo colonizadores dejaron sus costas sin pescado, sus minas sin minerales o en “buenas manos”, sus campos sin compradores de la producción y, sobre todo, educaron a sus clases dirigentes en la corrupción para dominarlos a ellos y a sus dirigidos. A alguno, honrado, después de torturarlo, lo mataron. Sí, utilizaron todos su medios y todos sus ejércitos (los de las ideas, los de las religiones y, cuando hizo falta, sus maquinas de matar) en el empeño de robarlos. Y, de vez en cuando, sin sonrojo ninguno, lo reconocen. Por ejemplo, se jactaban algunos, durante las recientes olimpiadas, de que un chico negro jamaicano, que batió todos los record, había nacido para correr gracias a que los negreros llevaban allí a los más preparados para esa función. Nunca se pedirá perdón por todo el daño que se hizo y, alguna vez, hasta se mostrará orgullo. Como en este caso.

Y la noticia de los muertos ahogados en el Atlántico, niños recién nacidos incluidos, apenas se encuentra en los periódicos y sale en pequeños flasses en las televisiones. A la gente no le gusta leer esas cosas, ni que se escriba. Mucho menos verlas. Manda el mercado. El libre mercado, claro. Para lo que interesa, claro.

Y, la Diplomacia Vaticana, mantuvo siempre silencio y se dice que a los negros quiso negarles hasta el alma. Otras veces hizo manifestaciones sibilinas. Las últimas versiones de estos modos de hacer, aunque el caso sea sobre otro asunto menos importante, son muy actuales. Una la siguió claramente el Vicario General de la Diócesis de Tui-Vigo, en una entrevista que leí sobre los muertos sin enterrar dignamente (en la que dijo que por un lado sí, pero por el otro no. O sea: ni dolor de corazón, ni propósito de enmienda, ni memoria, ni recuerdo). El silencio lo mantiene el Sr. Obispo sobre cómo debe denominarse la Diócesis. Algunos empezamos a pensar que pudo haber sido él el que apuntó la tontería al Sr. Caballero. Porque al fin y al cabo, en este caso, quien sale beneficiado es Vigo, llevando a su lado el nombre de, probablemente, la ciudad más antigua de Galicia. Pero como la diplomacia vaticana es muy complicada, el Sr. obispo no dice lo que debería decir y algo debería decir. Y si calla él sabrá el porqué. Algunos no vamos a callar esa historia de menosprecio a nuestra ciudad. En la que su Eminencia empieza a aparecer como un culpable más. Y se cuentan historias…

martes, 17 de febrero de 2009

DE LAS LUCIÉRNAGAS A LAS OBSTENTACIONES

En la década de los cuarenta los niños del viejo barrio buscábamos luciérnagas en las orillas de las carreteras descarnadas y sin coches. Desgraciadamente la falta de luz nos ayudaba a encontrarlas, y esta falta era sólo una parte muy pequeña de la miseria reinante en aquella posguerra.

Hace poco se celebraba en Ajaccio un aniversario del nacimiento de Napoleón, figura histórica por los que muchos sentimos cierta admiración y por la que sus paisanos los corsos sienten una gran devoción. Laica, pero devoción, por eso iluminaron su ciudad.

En pueblos y urbes de Portugal, tan cercano, adornan las calles, cuando están en fiestas, con maderas pintadas de forma artesanal que forman arcos en torno a las rúas. Después se guardan, quizás se repintan y vuelven a colocarse.

El verano pasado un amigo, aprovechando la oscuridad de la noche y la altura de Peña Trevinca, fue enseñándome muchas estrellas y diciéndome sus nombres. Y lo que son las mentes humanas, en la mía, cada estrella tenía su par en una luciérnaga de los años cuarenta en el viejo barrio de San Bartolomé. Allí, por las fiestas, se adornaba el atrio con miles de banderitas de papel de colores en un cuadro que, al menos, en mi recuerdo es espléndido.

Días atrás escuché a un sabio de la energía que afirmaba que si todos los habitantes del mundo consumiéramos de media de productos energéticos los mismos que un ciudadano de los Estados Unidos de América del Norte, el mundo se acabaría en tres días. Quizás por eso aquella nación no firmó el tratado de Kioto. Quizás por eso se metió en la guerra de Irak.

El equipo de gobierno del Ayuntamiento de Tui, tan pro yanqui que no quiso condenar esa guerra, tampoco firmaría ningún tratado del estilo del nombrado. Quizás por ser pro yanqui o quizás porque le gustan muchos mas las luces que las luciérnagas y las estrellas del cielo. O sea, están mucho más pegados a la tierra y a los votos que, al parecer y aún que se pase ampliamente el límite de lo razonable, dan las bombillas que consumen energía.

En algunos lugares del Ayuntamiento de Tui, hay tantas luces alumbrando el camino, sin necesidad, que siempre me pregunto si seremos el pueblo más rico del mundo. Desde luego, debemos ser los que mejor pagamos los votos con lucecitas. Recuerdo haber escrito que la corredera tiene tanta luz todos los días que allí ya no pueden enamorase ni los pajaritos. Mucho menos hacer el amor, porque aunque los pájaros sean poco recatados, tanta luz les debe quitar las ganas de cualquier cosa.

Pero este año, en San Telmo, en cuanto a “luceria” y en gasto de energía, por lo tanto también en derroche, creo que mi ciudad gastó por habitante tanto como un ciudadano de U.S.A. Y más, “que los records son para batirlos”, debieron pensar orgullosamente nuestros dirigentes.

Fueron tantas las luces que se hubieron de habilitar postes adicionales para sostener los tinglados que soportaban las bombillas. Y estaban tan juntos que unos impedían la visión de los otros. Además llegaban muy arriba, no fuera a suceder que alguno quisiera mirar al cielo y ver alguna estrella. Mi antigua ciudad parecía un ciudad nueva y de nuevos ricos (de cuando los nuevos ricos recientes pierden la mesura).

Algunas personas hacían cuentas del gasto que suponía semejante alumbrado y palpaban sus bolsillos diciendo que aquella obstentación la pagarían los contribuyentes.

Yo me acordé de Córcega y de Napoleón. Del orillamar de Ajaccio iluminado con gusto pero sin derroche. De los pueblos y ciudades adornados de Portugal en sus fiestas con arte popular y sentido común. Del sabio de la energía y de Kioto. De Juán Font y Nazario Araujo que engalanaban S. Bartolomé con mínimo gasto y mucha imaginación. De que el partido de los mismos que hacen este despilfarro, ponen el grito en el cielo por cualquier gasto social por pequeño y necesario que sea.

Y, perdonen Vds., pensé en todas las hambres y miserias que la humanidad ha tenido que pasar y en la poca memoria que tienen algunos. Y me acordé de las luciérnagas, esos animalitos que tienen luz propia y vagan con ella a cuestas. Pensé que todos necesitaríamos más luz propia en nuestros “entendederas”.

Dos viejos por el río

Y el río por el que llegaron a Tui desde Lugo, como no podía ser menos, fue el Miño.
La idea, seguramente, se remonta a algo que subyace en mi memoria. Fue en 1965 cuando aquellos dos hombres que cumplían 50 años, bajaron por el mismo río desde no sé dónde. Se llamaban Pepe “El Curiña” y Venancio López. Mi padre preparó una fiesta. Mi padre era muy amante del buen comer y de juntar a la gente. Entonces se comía muy bien en las fiestas y en las fiestas se juntaba la gente.
Veo una fotografía con las personas que asistieron a aquella celebración. Está allí el inventor del bolígrafo o el hijo de la inventora, no me acuerdo muy bien. Pero sí me acuerdo que se decía que ganaba millones por minuto. Pepe, El Curiña,” también el Becasina (era muy aficionado a la caza de esta ave que vuela en zigzag), me dijo: “che, dile que te regalo un par de minutos”. No me atreví, quizá me hubiera bastado con un segundo.
En todo esto pensaba yo, al borde de los 70, con otro compañero, más o menos de la misma edad, cuando nos disponíamos a bajar en una pequeña lancha de goma del tamaño de una bañera, desde Lugo hasta Tui, Miño abajo. Padre Miño abajo, como dicen los muy patriotas….
La víspera, en el Balneario de Lugo, los dos sesentones largos, nos preparamos como lo harían los gladiadores de Lucus Augusto, allí en las termas romanas, donde, días atrás, otra tudense, Silvia González, la historiadora de los ojos hermosos, había velado para que no se pierda aquella joya histórica que Antonio Garaloces Paz, director del centro, cuida con esmero.
Nosotros aquel día hicimos el “recorrido” del balneario: chorro de agua, calderazos, saunas, piscinas…Así, acicalados y limpios como patenas, atendimos a la prensa lucense y le contamos que uno era de la antigua provincia de Mondoñedo y otro, yo, de la de Tui, añadiendo, por mi parte que mi ciudad es la más hermosa y que se mira en el Miño .Los dos dijimos que íbamos a venir por el río abajo porque nos gustaba. Como la chica reportera lo dudara y quería otro porqué, le inventamos, sobre la marcha, que queríamos reivindicar el derecho al deporte de riesgo para la tercera edad. Y yo le hablé de la vieja historia y recordé, quizás por primera vez de manera consciente, el viaje de Vicente López y Pepe Curiña.
El fotógrafo del periódico nos hizo las fotos de rigor. Mi compañero de aventura dijo después que nos miró con pena. No supo o no quiso distinguir si la pena era por el peligro que se suponía íbamos a pasar o por nuestra anciana ingenuidad.
Nunca se publicaron ni las fotos y ni los reportajes. Yo creo que siguen en el cajón de la mesa del director esperando confirmación de la catastrofe para documentar después la noticia. Los periodistas… “ya se sabe cómo guardan las cosas para los anuncios de las tragedias”.
Y empezó la bajada. Otros viejos, más sensatos que nosotros, nos dijeron adiós en el porche del balneario. Pronto apareció el primer caneiro. Para pasarlo bajamos el equipaje, después la balsa, y así estuvimos aquel largo día de la noche de San Juan de 2006, saltando como ranas de caneiro en caneiro, agotados y maldiciendo un poco nuestra idea.
Un embalse para un gran molino fue aún mucho más complicado. Hubo que entrar por la tomada (¡qué palabra más hermosa!) que es el canal que lleva agua a la rueda que mueve el molino. Ví mientras lo hacíamos que llegaba una pareja muy amartelada y les pedí ayuda. Demasiado amartelados para vernos y oírnos o, quizás, aparentaron que no nos oían, pero en cualquier caso no nos hicieron caso. Al fin con notable esfuerzo sorteamos aquél caneiro. Poco después vimos a la anterior pareja en una significativa postura encima de un peñasco. Sin perder postura ni movimientos nos preguntaron a dónde íbamos. Cuando le dijimos que a Tui, el que estaba encima se río mientras nos gritaba que él era de Porriño. Estaba radiante el joven. Le expliqué que yo nací allí. Tampoco lo creyó. Y seguimos río abajo remando a veces sobre plantas que alfombraban el agua y entre cantos de mirlos, y patos que huían desesperados por nuestra intromisión en sus vidas. Al porriñés, conste, no le había importado nada. Los nacidos en la industriosa villa somos muy de lo que estamos haciendo.
De caneiro en caneiro, por el río entre muros que habían hecho los hombres para cuidar sus cauces, cuando las personas miraban al río y por el río, porque por él llegaban muchas veces los alimentos, de ahí las pesqueras y los embalses pequeños que elevaban el agua para regar los cultivos. Gracias al río, al agua, a las pesqueras, a los campos regados y a mucha resistencia al hambre de nuestros antepasados, andamos por aquí abajo (en este valle de lágrimas, dicen) nosotros.
Y llegamos a Santa Andrea. Pasamos ciudades y pueblos, pero aquella noche de Santa Andrea fue muy especial. El pueblo estaba en silencio, parecía que sin gente. Pero sí la había. Estaban en la plaza todos juntos esperando el alba y rememorando, mientras bebían, comían lo que en el mismo sitio cocinaban en la lumbre que también alumbraba la noche más corta. Era San Juan y todo el pueblo lo celebraba. Nos invitaron pero no quisimos perturbar su momento.
Nosotros aquella noche dormimos en la orilla izquierda entre juncos mientras cantaban ruiseñores y en casi toda Europa se celebraba, desde milenios quizás, el fin del día más largo del año.
Río abajo, ya por el embalse de Belesar, llegamos hasta Portomarín. Una japonesa que hacía el Camino de Santiago nos dijo buenos días. Cuando le quisimos hablar nos dimos cuenta que era lo único que sabía en español. Yo estaba tan cansado que me alegré no tener que hablar más y pensé que no resistiría todo el trayecto. El pulpo de no sé qué restaurante me devolvió la moral.
En Belesar nos esperaba el enlace para bajarnos a la continuación del río. Y otra vez navegar. Recordé el poema de Alberti: a galopar, a galopar hasta la orilla del mar……hasta mi ciudad, pensé
Cuando llegamos a Ourense, volvimos a ser hombres ante la ley porque la Policía Local nos pidió la documentación. Y nosotros que veníamos y estábamos “haciendo una hazaña” teníamos todos los papeles del barquito en regla, pero (sin saberlo) caducados (tampoco lo sabrán nunca los uniformados, porque no se dieron cuenta). Pasamos la ciudad mientras cientos de orensanos tomaban el sol a orillas del Miño (tampoco nosotros sabremos nunca que pensaron de aquellos dos ancianos, si es que pensaron algo) y llegamos a la presa de Castrelo, la que hizo inundarse la mejor tierra de Galicia.
Al día siguiente entramos por el Avia al Miño. Rivadavia, la villa que fue de nuestra provincia, estaba iluminada por el sol. Y recorrimos ya todo el embalse de Frieira. En ambas orillas habíamos dejado muchos viñedos atrás. Los más hermosos fueron los de Chantada, Taboada, Belesar que increíblemente han recuperado todo el verdor que da la vid y que parecía muerto para siempre. Para los que sentimos el campo, y creímos perdidos para siempre aquellos bancales cultivados, es reconfortante ver el “milagro”.
Un amigo nos subió hasta La Cañiza para almorzar. También para beber lo que se produce de lo que sale de la uva de las laderas.

Quizás por la bebida no nos pareció difícil el camino. Perdón, el río, que a su paso por Arbo dicen que es muy peligroso. El buen vino quita penas y envalentona los espíritus ( Elena Salgado que tiene razón me perdone). Entre Arbo y Melgazo, Salvatierra y Moncao, galopando, perdón, navegando, el Miño que nos traía, también nos enseñaba paisajes más conocidos, más nuestros, más de nuestra intimidad.

Aquel atardecer, después de varias noches y sus días en el río, indocumentados, apareció en la colina y reflejándose en el agua que nos traía, Tui, mi ciudad, “A FERMOSA DA TURONIA”. Meixon aparte. Pongan Vds., si quieren, un palabrón para reafirmar mi callada maldición del eslogan: Tui, capital do meixon.

Recordé mis tristezas, hace ya mucho tiempo, por la lejanía física de aquellas casas que se desparraman por la ladera y por las gentes que las llenan. El pueblo de mi ciudad vive en una colina, solía escribir en mis años mozos. A esa ciudad desde muy lejos llegué por el río

Al día siguiente nació mi nieta Laura. Permítanme Vds. que le dedique este escrito. Es la única que tengo. Y el viaje fue muy bonito.
Demasiado largo para el espacio que tengo en el papel para contarlo. Demasiado breve para hacerlo con los documentos caducados. Indocumentados, por lo tanto.

Dos viejos por el rio abajo

Y el río por el que llegaron a Tui desde Lugo, como no podía ser menos, fue el Miño.
La idea, seguramente, se remonta a algo que subyace en mi memoria. Fue en 1965 cuando aquellos dos hombres que cumplían 50 años, bajaron por el mismo río desde no sé dónde. Se llamaban Pepe “El Curiña” y Venancio López. Mi padre preparó una fiesta. Mi padre era muy amante del buen comer y de juntar a la gente. Entonces se comía muy bien en las fiestas y en las fiestas se juntaba la gente.
Veo una fotografía con las personas que asistieron a aquella celebración. Está allí el inventor del bolígrafo o el hijo de la inventora, no me acuerdo muy bien. Pero sí me acuerdo que se decía que ganaba millones por minuto. Pepe, El Curiña,” también el Becasina (era muy aficionado a la caza de esta ave que vuela en zigzag), me dijo: “che, dile que te regalo un par de minutos”. No me atreví, quizá me hubiera bastado con un segundo.
En todo esto pensaba yo, al borde de los 70, con otro compañero, más o menos de la misma edad, cuando nos disponíamos a bajar en una pequeña lancha de goma del tamaño de una bañera, desde Lugo hasta Tui, Miño abajo. Padre Miño abajo, como dicen los muy patriotas….
La víspera, en el Balneario de Lugo, los dos sesentones largos, nos preparamos como lo harían los gladiadores de Lucus Augusto, allí en las termas romanas, donde, días atrás, otra tudense, Silvia González, la historiadora de los ojos hermosos, había velado para que no se pierda aquella joya histórica que Antonio Garaloces Paz, director del centro, cuida con esmero.
Nosotros aquel día hicimos el “recorrido” del balneario: chorro de agua, calderazos, saunas, piscinas…Así, acicalados y limpios como patenas, atendimos a la prensa lucense y le contamos que uno era de la antigua provincia de Mondoñedo y otro, yo, de la de Tui, añadiendo, por mi parte que mi ciudad es la más hermosa y que se mira en el Miño .Los dos dijimos que íbamos a venir por el río abajo porque nos gustaba. Como la chica reportera lo dudara y quería otro porqué, le inventamos, sobre la marcha, que queríamos reivindicar el derecho al deporte de riesgo para la tercera edad. Y yo le hablé de la vieja historia y recordé, quizás por primera vez de manera consciente, el viaje de Vicente López y Pepe Curiña.
El fotógrafo del periódico nos hizo las fotos de rigor. Mi compañero de aventura dijo después que nos miró con pena. No supo o no quiso distinguir si la pena era por el peligro que se suponía íbamos a pasar o por nuestra anciana ingenuidad.
Nunca se publicaron ni las fotos y ni los reportajes. Yo creo que siguen en el cajón de la mesa del director esperando confirmación de la catastrofe para documentar después la noticia. Los periodistas… “ya se sabe cómo guardan las cosas para los anuncios de las tragedias”.
Y empezó la bajada. Otros viejos, más sensatos que nosotros, nos dijeron adiós en el porche del balneario. Pronto apareció el primer caneiro. Para pasarlo bajamos el equipaje, después la balsa, y así estuvimos aquel largo día de la noche de San Juan de 2006, saltando como ranas de caneiro en caneiro, agotados y maldiciendo un poco nuestra idea.
Un embalse para un gran molino fue aún mucho más complicado. Hubo que entrar por la tomada (¡qué palabra más hermosa!) que es el canal que lleva agua a la rueda que mueve el molino. Ví mientras lo hacíamos que llegaba una pareja muy amartelada y les pedí ayuda. Demasiado amartelados para vernos y oírnos o, quizás, aparentaron que no nos oían, pero en cualquier caso no nos hicieron caso. Al fin con notable esfuerzo sorteamos aquél caneiro. Poco después vimos a la anterior pareja en una significativa postura encima de un peñasco. Sin perder postura ni movimientos nos preguntaron a dónde íbamos. Cuando le dijimos que a Tui, el que estaba encima se río mientras nos gritaba que él era de Porriño. Estaba radiante el joven. Le expliqué que yo nací allí. Tampoco lo creyó. Y seguimos río abajo remando a veces sobre plantas que alfombraban el agua y entre cantos de mirlos, y patos que huían desesperados por nuestra intromisión en sus vidas. Al porriñés, conste, no le había importado nada. Los nacidos en la industriosa villa somos muy de lo que estamos haciendo.
De caneiro en caneiro, por el río entre muros que habían hecho los hombres para cuidar sus cauces, cuando las personas miraban al río y por el río, porque por él llegaban muchas veces los alimentos, de ahí las pesqueras y los embalses pequeños que elevaban el agua para regar los cultivos. Gracias al río, al agua, a las pesqueras, a los campos regados y a mucha resistencia al hambre de nuestros antepasados, andamos por aquí abajo (en este valle de lágrimas, dicen) nosotros.
Y llegamos a Santa Andrea. Pasamos ciudades y pueblos, pero aquella noche de Santa Andrea fue muy especial. El pueblo estaba en silencio, parecía que sin gente. Pero sí la había. Estaban en la plaza todos juntos esperando el alba y rememorando, mientras bebían, comían lo que en el mismo sitio cocinaban en la lumbre que también alumbraba la noche más corta. Era San Juan y todo el pueblo lo celebraba. Nos invitaron pero no quisimos perturbar su momento.
Nosotros aquella noche dormimos en la orilla izquierda entre juncos mientras cantaban ruiseñores y en casi toda Europa se celebraba, desde milenios quizás, el fin del día más largo del año.
Río abajo, ya por el embalse de Belesar, llegamos hasta Portomarín. Una japonesa que hacía el Camino de Santiago nos dijo buenos días. Cuando le quisimos hablar nos dimos cuenta que era lo único que sabía en español. Yo estaba tan cansado que me alegré no tener que hablar más y pensé que no resistiría todo el trayecto. El pulpo de no sé qué restaurante me devolvió la moral.
En Belesar nos esperaba el enlace para bajarnos a la continuación del río. Y otra vez navegar. Recordé el poema de Alberti: a galopar, a galopar hasta la orilla del mar……hasta mi ciudad, pensé
Cuando llegamos a Ourense, volvimos a ser hombres ante la ley porque la Policía Local nos pidió la documentación. Y nosotros que veníamos y estábamos “haciendo una hazaña” teníamos todos los papeles del barquito en regla, pero (sin saberlo) caducados (tampoco lo sabrán nunca los uniformados, porque no se dieron cuenta). Pasamos la ciudad mientras cientos de orensanos tomaban el sol a orillas del Miño (tampoco nosotros sabremos nunca que pensaron de aquellos dos ancianos, si es que pensaron algo) y llegamos a la presa de Castrelo, la que hizo inundarse la mejor tierra de Galicia.
Al día siguiente entramos por el Avia al Miño. Rivadavia, la villa que fue de nuestra provincia, estaba iluminada por el sol. Y recorrimos ya todo el embalse de Frieira. En ambas orillas habíamos dejado muchos viñedos atrás. Los más hermosos fueron los de Chantada, Taboada, Belesar que increíblemente han recuperado todo el verdor que da la vid y que parecía muerto para siempre. Para los que sentimos el campo, y creímos perdidos para siempre aquellos bancales cultivados, es reconfortante ver el “milagro”.
Un amigo nos subió hasta La Cañiza para almorzar. También para beber lo que se produce de lo que sale de la uva de las laderas.

Quizás por la bebida no nos pareció difícil el camino. Perdón, el río, que a su paso por Arbo dicen que es muy peligroso. El buen vino quita penas y envalentona los espíritus ( Elena Salgado que tiene razón me perdone). Entre Arbo y Melgazo, Salvatierra y Moncao, galopando, perdón, navegando, el Miño que nos traía, también nos enseñaba paisajes más conocidos, más nuestros, más de nuestra intimidad.

Aquel atardecer, después de varias noches y sus días en el río, indocumentados, apareció en la colina y reflejándose en el agua que nos traía, Tui, mi ciudad, “A FERMOSA DA TURONIA”. Meixon aparte. Pongan Vds., si quieren, un palabrón para reafirmar mi callada maldición del eslogan: Tui, capital do meixon.

Recordé mis tristezas, hace ya mucho tiempo, por la lejanía física de aquellas casas que se desparraman por la ladera y por las gentes que las llenan. El pueblo de mi ciudad vive en una colina, solía escribir en mis años mozos. A esa ciudad desde muy lejos llegué por el río

Al día siguiente nació mi nieta Laura. Permítanme Vds. que le dedique este escrito. Es la única que tengo. Y el viaje fue muy bonito.
Demasiado largo para el espacio que tengo en el papel para contarlo. Demasiado breve para hacerlo con los documentos caducados. Indocumentados, por lo tanto.
(leído na facultade de Medicina aos compañeiros do 68 o 12-12-08)


Santiago no camiño

Á. Vázquez de la Cruz

Desde a cincenta edade media foro viñendo viaxeiros a esta cidade do fin do mundo, empuxados ao camiño tal vez pola cobiza ou pola fe, por simple curiosidade ou fuxindo da pena de vivir; pero en todos eles- peregrinos ou fuxitivos- aniñaba a esperanza dun milagre. E o señor Santigo non os defraudou. As veces de forma inmediata como con don Gaiferos de Molbartán que non tivo en conta que o Apostol xa collera certas mañas enxebres e deu na humorada de cumprirlle a sua pregaria ao pe da letra, fulminandoo. Outros foron, mais discretamente, curados duha tara ou dunha maldición. Pero todos eles –todos os que o merecían- haberían de asistir ao prodíxio de que a cidade dos seos teimosos soños, a que motivou o seu penoso andar ata os confíns da terra, aparecía un día ante os seos ollos con toda a irrrealidade da sua pefección; unha perfección algo turbadora e como surxida directamente das mans de un Mestre Mateo a escala planetaria. Aquela cidade mítica que parecía máis propia do territorio dos soños, estaba alí, recostada na néboa. E todos poideron percorrer estremecidos a sus ruas e prazas, escoitar as suas campanadas e os seus silencios e sentirses colmados e habitados para sempre por unha nostalxia nova, como outra infancia.

E como unha infancia foi a nosa estancia nos anos sesenta nesta cidade máxica. A infancia daquel home que, en cada un de nos, foi nado en Santiago, alumado a outro tramo da sua biografía, a outro clima tal vez, a outras xentes, a outra vida: ao principio do noso itinerario como homes adultos. Fomos, pois, estudantes de Santiago, porque toda a cidade era un marco de formación, un espacio novo, incluso para os santiagueses, porque o cambeo vital iba máis alá dos referentes físicos. E era un bó sitio, este, para aprender o oficio de médicos, aquí onde tantos buscaron alivio ou curación. O señor Santiago, acreditado sanador e milagreiro, non nos viu nunca como a competencia: el xa permitira a fundación dun hospital as mesmas portas da sua sede, porque - sobre todo a raiz da sua galeguización e pese a sona guerreira interesada- se trata dun santo pouco dogmático e aberto a outras posibilidades terapeúticas

Daquela época iniciática chegan xa esvaidos os recordos. Nun totum revolutum, que diría un canonigo, acuden as imaxes: a facultade e a catedral, os campanarios e as chimeneas, os profesores e os santos do Portico da Gloria, os carballos de santa Susana e as gárgolas pingantes, os bedeles e os taberneiros, os vivos e os mortos… Materiais evanescentes, olvidos de cousas ocurridas e recordos das que, cecais, non ocurriron nunca.

Pero tamén permañecen visións moi nidias: como agora mesmo podo ver a don Angel Echeverri, nunha das primeiras clases de Anatomía, deambulando parsimonioso pola tarima. Viste unha longa bata impoluta abrochada por detrás e dirixe, a cada pouco, miradas de esguello algo intimidatorias cara ao auditorio; non menos intimidatoria é a vara que leva para sinalar os reos de pregunta, mentras merodea en torno ao centro de atención: Un bulto de tamaño natural cuberto por unha sábana que parece unha estatua a punto de ser inaugurada. Todo ocorre nunha atmósfera moi lograda de suspense, pese aos chivatazos algo resentidos dos repetidores, cando o Maestro, que parece emprender unha nova excusión hacia periferia da tarima, xira bruscamente e, con xesto algo teatral, tira do pano: Entón aparece o cadáver. É un home de baixa estatura e forte constitución, cas mans robustas de traballador manual, e conserva aínda o contraste cromático na pel dos que andiveron sempre na faena ao aire libre.Ten unha boa cabeza, frente olímpica e amplas entradas, as comisuras da boca vencidas, tal vez máis polo pesadume da vida que polos estragos do formol. Os ollos entornados, sellema moi atento as palabras do profesor. Incluso parece algo orgulloso do seu involuntario protagonismo póstumo. De seguro que levou unha vida ingrata e anónima. É, pois, un paisano, como corresponde tanto a sua apariencia física como ao seu, digamos, espíritu colaborador. (Todos sabedes do entusiasmo dos nosos paisanos para participar nalgún traballo clínico)

Pero a clase prosigue e, despois de outro breve andar, nova aproximación de Echeverri que, con ademán seguro, traza unhas liñas didácticas de cores muy vivos sobre o a cara e o torax do paisano, que agora xa está tomando un aspecto de guerreiro indio, cousa que tamén parece ser do seu agrado.

Pero sona estridente la hora, e volve a ocultación da sábana, acábase a clase e eu marcho teimando naquel paisano, tan diferente dos mortos que vin sempre en Tui, na sua caixa ou nos velatorios, sempre vestidos coas mellores galas, o crucifixo nas mans entrelazadas e o clásico pano mantendolle no seu sitio o queixo derrumbado.
Na cea comentei coa patrona a miña impresión tan intensa, pese a experiencias mortuorias anteriores. Dona Mercedes respondía a certo prototipo santiagués de patrona: comunicativa e despregadora dunha confianza antiga ao pouco de conocerte, se lle entrabas polo ollo. Pertencencia a unha familia de profesores e, tal vez por razóns conxénitas e adquiridas, era moi dada a certo didactismo

-Bueno filliño, es que no son exactamente lo mismo los cadáveres que los muertos o incluso que los difuntos. La impresión que producen es, también, distinta

Dixoo con certa conmiseración, como se eu tivese xa que sabelo

O insomnio daquela noite permitiume escoitar o espléndido concerto de campás compostelans, sempre marcada a pauta pola Berengela, que en tantas noites de estudo e tabaco haberían de acompañarme naqueles anos

Pero ao día seguinte, un xoves radiante, era a miña primeira feira, agardada coa máxima ilusión. Iba, ademáis, nunha compañía ideal para estos eventos: con dous de Ourense. José Luis Vázquez Iglesias, Manito, e Miguel Echegoyen, Badila, recén coñecidos e xa a amigos de por vida: Ata tal ponto inseparables, que tamén eu fun tomado por ourensano, e considerado desa tribo ou clan. Tanto poder ten a consideración dos demais, que moitos anos despois ainda me emociono cando me falan del Cristo la puente y la burga; e xa chego directamente as lágrimas cando vexo a Baltar tocando o trombón.

Pero a feira xa se anuciaba de lonxe pola xente que iba con aire festivo e pasaban os feirantes e as vacas, solemnes e dignas, sábendose tamén plenamente santiaguesas. Na Carballeira de santa Susana tiña lugar o reencontro gozoso entre a cidade ea aldea. Xente e gando, muxidos, voces, fanfarrias e o hálito morno das vacas. Os tratantes estratéxicamente situados, altivos e ollo avizor, co seus mandilóns e os sombreiros para ser fácimente vistos desde lonxe polos clientes. Os tenderetes, os charlatans, as casetas do pulpo, as pulpeiras co seu fogo sagrado e os seus recipientes non menos evocadores dos aparellos eclesiais. E os paisanos en animada charla interrumpida, gravemente, para a comunión, máis que inxestión, das obleas de pulpo, exixentes dunha certa concentración alimentaria que tiña algo de acción de gracias. Labregos fácilmente distinguibles polo seu fervor dos resto dos asistentes, tamén a hora, non menos solemne, de alzar a taza, darlle o movimento discreto e preciso, aproximar os beizos e, lenta e sabiamente, beber, rematando con leve chasquido de fina cortesía. E volta a conversación civilizada, pausada, atenta. Hablando como gallegos, dí Ferlosio

De pronto, cando xa estaba eu entregado por completo a aquela eclosión de vida, volvíno a ver: ao paisano da clase de Anatomía: ao cadáver. Agora iba coa típica chaqueta de pano marrón e tiña un aire algo espectral e onírico, pero levaba aínda as pinturas de Echeverri. Reprimín como puden o xesto de asombro ante semellante aparición, no momento en que sonaba a arrebatada oración do charlatán, voltos os ollos ao ceo, proferida cando os parroquianos non picaban no seu arte trilero:

-¡Baja Manolo, que esto es increíble!.

Tan increíble que gardeime moi moito de facerllo partícipe aos meus amigos ourensanos. O paisano seguía pola súa conta entre os feirantes co mesmo aire ausente, pero atento sobre todo as vacas.
A feira, claro, xa rematara para mín, porque aquilo tiña que contarlo axiña a miña patrona. Subín de tres en tres as escaleiras, peraltadas polo peso dos seus 400 anos, da miña pensión da rua Horfas . E dona Mercedes deixou a calceta como sempre facía antes do que requería dunha certa exposición:

- Eso es que ahora ya no es cadaver: pasó a difunto… Y hay gente que los ve. Mi hija Angelines, sin ir mas lejos, vio uno hasta que acabó la carrera. Dicen que son almas en pena por no haber podido estudiar. Pero no se meten con nadie y lo poco que hablan es en latín. Puedes estar tranquilo, filliño, que eso no es nada del otro mundo, aquí en Santiago

Non cabía dudar dos dictamens de dona Mercedes, e resigneime a ter un novo compañeiro de clase, secreto e difunto; ao fin e ao cabo, penséi, esta cidade tamén naceu dunha tumba.

O Paisano era un asíduo da facultade. Dito xa que seguía con aparente atención as clases de Anatomía cando, digamos, estaba de corpo presente, se mostrou igualmente interesado en Técnica Anatómica, onde iba dunha mesa a outra, con certas mañas de repetidor, e se sobresaltaba coma todos coas fintas de Quintans a hora de facer preguntas, mostrándose mais relaxado cando era Navarrina o preguntador.

E, coma todos nos, asistía con especial entusiasmo as clases de don Ramón Domínguez. Sinfonías, máis que clases, que remataban- ou parecian rematar- nunha apoteosis magnífica, cando don Ramón, súbitamente sombrío, murmuraba sen mirar ao auditorio:

- ¡ Pero se demostró que esto tampoco esto era verdad !

E despois de tirar casi con deprezo a tiza, facìa un esplédido mutis con xesto de derrota. Se repetía a escena varias xornadas ate que unha clase terminaba, xa sen apoteosis algunha, na hipótese correcta, que non solía ser a máis interesante; e marcháse don Ramón, tal vez algo abatido polo prosaicismo da realidade.

O Paisano era tamén un admirador de don Ulpiano, interesante desde que asomaba no obradoiro co seu andar señorial, ata o seu aristocrático desdén polas condicións térmioacústicas da facultade que eran probablemente unha alusión oblicua a sordidez do propio País

E asistiu entre o asombro a e a diversión as contundentes clases de don Camilo Gallego e a sua erudición histórica

E disfrutou tamén das metáforas algo campesinas de Rivas Mujal que lle pareceu o anuncio doutra etapa

E se emocionou cando Nuñez Puertas falou de Ecoloxía, unha palabra ignota para todos nos ata entón

E soubo gracias a Villamil que as galiñas, incluso as galiñas desgüevadas, podían ter cabida nas clases da facultade. Pero tamé asistiu en moitos de nos ao desgüeve da vocacion de psiquiatras na visita a Conxo, proba de fogo contra a que nada poideron as atractivas personalidades do propio Villamil e de Cabaleiro

E fomos, puntuales, as clases de Obstetricia porque que D Alejandro contaba con telonero madrugador

E con Robledo xa se confirmou que todo iba sendo algo diferente: había moito máis que meras descripcións. Recordamos a Guide: o mais profundo é a pel

Xa nese outro tono, máis acorde co clima que se estaba a vivir fora das aulas, enmarcábanse as clases dos ùltimos cursos, aínda que xa denantes tiña habido algúns precursores. Neste novo tempo hai que ver as clases de Pediatría e Ollos

Coma todos nos, o meu compañeiro secreto non sabía qué admirar máis de Salorio: a sua brillantez como profesor, a sua presencia escénica como artista ou o seu descapotable de duas plazas. Nunca se sabrá

Tampouco se sabrá por qué se emocionaba tanto o Paisano cando Peña- tan ao día en todo, tan práctico, tan agudo- traía un neno enfermo a clase. Tal vez lle recordaba a sua propia infancia que eu imaxinaba aldeana e feliz. En todo caso atribuinlle a sua frustación e polo tanto a sua condición de difunto, segundo a clasificación de dona Mercedes, a algo relacionado coa vocación pediátrica

Tamén asistiu, xa ao final, ao abandono da clase por don Ángel Pascua irritado por unha profunda pregunta teolóxica:
-¿A arca de Noé iba a vela ou remaban os gorilas?.
Cando fomos tras el – a clase completa- ate o Obradoiro entonando o Perdona tu Pueblo Señor covertemos a don Ángel nun precursor das manifestacións que estaban a vir: los designios de Dios son inescrutables

Durante anos casi sempre fumos a clase mollados. Ninguén que non teña vivido en Santiago terá conciencia exacta da chuvia.
Nin entenderá na sua plenitude o verso de Uxío Novoneira: Chove para que eu soñe.
Ni poderá deixarse mollar pola melancoía balsámica de Lorca: Chove en Santiago meu doce amor
A cidade nos recibira no primeiro ano cunha degustación de Chuvias.
A mansa chuvia do chove miudiño de Rosalía na invernía.
A chuvia rala e espallada do comenzo da tormenta ou a espasmódica das primaveras equívocas.
A chuvia minuciosa ou en altas e ventadas oleadas no Obradoiro, tantas veces rematadas por un asomo de sol – non sabemos se vanidoso ou burlón- ao que só lle faltaba o triángulo de Yavhé para lanzar unha proclama.
A chuvia olorosa no Outono de santa Susana
A chuvia musical sobre lucernarios e tellados
O orballo como unha grande língua vacuna lambendo amorosamente a cidade enteira.
A chuvia que fixo posible a frondosidades das vellas pedras en lidrios, mofos, brións, vexetación varia en cotrarréplicas magníficas ao arte humano e os seus capiteles barrocos
A cidade da chuvia, a sua beleza laberíntica e diversa, a ratos grandilocuente ou campesina, monumental ou recatada, o seu mistero e os seu secretos milenarios, todo nos acolleu ao fin do Camiño que para nos sería tamén pricipio
Pero a cidade era sobre todo os seus habitantes- tamén os que por ela pasaron e deixaron un eco de asombro e ausencia ferida -, os intermitentes, como os propios estudantes, e a sua bohemia humilde e mesmo cutre que parecía reliquia de outros tempos.
E personaxes populares como Ivan Merlo inventor do monocordio , coñecido como Serruchini, que tocaba o seu Lamento Indio só para él nun oco das escaleiras da Alameda; ou Berenge de rápido trazo ao turista, ou Freixetet cos seus paus indiscriminados e inclemetes, ou o Holadés errante e a sua teima co cordobés, ou o Cordobés do kiosco das pegatinas do cordobés,

Noutro capítulo, aínda formando parte da galería de personaxes estaban as Marías. Elas responderon a todas as ignominias cun manifesto teatral de color, artificio e loucura, nunha fina vingaza contra a iniquidade

E era tamèn o itinerario tabernario que podía comenzar no Carballeira ou no Gaiola con paradas no 42, o Rivadavia, Gato Negro, diversos antros non santos do Pombal, e solía terminar nas Algalias, último refuxio daqueles bohemios humildes e algo melancólicos, cado xa os vapores dos infames alcoholes alegremente inxeridos se cruzaban coas espesuras adoecidas da resaca. Ata aquela mezcla de confusión e derrota, ao cabo dos sábados, chegaba sempre o último canto de un borracho dirixido a unas enfermeiras que vivían na Rua Truques: yo soy aquel que por quererte ya no vive…

Pero todo aquela atmósfera pesada pesada e gris tocaba, en parte, ao su fin. Casi de repente no 68 abriuse paso a luz eo tecnicolor. As universitarias en flor irrumpiron nas ruas, nas aulas, na feira, nos cafés e nas tascas, con un aire distinto. Eles empezaron a gastar barba, hipi ou guerrilleira, -cando o único barbudo ata entón en Santiago era o donante profesinal de sangre- e se exixiu a liberdade con gritos, cancions, con manifestacions , encerros e pancartas, e perdeuse o medo, e soportaronse a brutalidade e os golpes. E prendeuse unha luz naquela noite de 30 anos. Aínda habería que esperar casi 10 más para culminar aquella carreira ilusionada hacia a liberdade

Terminada a carreira, o día da opartida, vin ao Paisano por última vez. Estaba no andén, e xa o tren cruxía na sua penosa arrancada de vapor cando escoitei o único que dixo naqueles 6 anos.

-In nulle re credas nunquam nimis

Nunca creas demasiado en nada. A frase me resonaba ao compás do traqueteo das travesas daquel tren que xa deixaba Santiago ao lonxe e en perigo

Porque a cidade milenaria tantas veces amenazada incluso por Almazor- ao cabo un ladrón de canpanas- sufría agora o máis implacable cerco a cargo da canalla do cemento e a especulación. Outro milagro tal vez, permitiu salvar a sua esencia acubillándose hacia si mesma e refuxiandose nos seus recunchos más precavidos e secretos. E pudo conservar, incluso, os seus amados puntos de fuga hacia ao campo: rigleiras de casas en torno a un regato, continuadas delicadamente por ringleiras de ameneiros.

De modo que aínda se pode volver Santiago, pasear a suas ruas, escoitar os silencios, a ratos mudos e a ratos reafirmados polas altas campanadas da Bereguela, e convocar aos amigos que xa marcharon e que, se dúbida, regresarán ao reclamo do recordo nesta cidade da chuvia, onde aprendimos, como quería Cunqueiro, a amar a melancolía tanto como a liberdade
Setenta y dos años después

Manuel Vázquez de la Cruz


En Tui, hace hoy setenta y dos años, fueron vencidos y aniquilados, sin la mínima piedad, tal como instruía y quería el director de la rebelión y el general que después implantó su dictadura fascista. Algunos historiadores sostienen que de aquellos dos personajes, lo que más permanece es el dividir a los españoles entre vencedores y vencidos. Por esa razón, quizás, nadie habla ni escribe de los marinos del Fradera y de los carabineros que, en nuestra ciudad, defendieron al Gobierno que había elegido el pueblo español.

Cuando ambos cuerpos ya estaban en Tui o a punto de llegar, hubo en España, desgraciadamente, muchos sucesos traumáticos. Y muchos muertos, incluso, fusilamientos tremendos, por ejemplo, de sacerdotes carlistas y no sacerdotes. También de liberales por los carlistas que se ganaron, en nuestra comarca, al mando de Guillade, una merecida fama de sanguinarios. Infelizmente, nuestra historia es una sucesión de miserias y ninguna institución, política o religiosa, está libre de culpas. Pero, que yo sepa, nunca se persiguió con tanta saña ni durante tanto tiempo a los vencidos, como en los años que empezaron aquellos días.

Marineros y carabineros de Tui acataron la voluntad popular, cuando, el 14 de abril de 1936, se instauró en España La República. Unos y otros, actuaron siguiendo órdenes del gobierno legítimo (nada de izquierdas y dudosamente republicano), cuando la revolución de Asturias. Aunque el general que mandaba las tropas en aquel momento, prefirió, para que la represión fuera más violenta e infundiera más temor, traer a moros y legionarios, con los que él había aprendido a matar mucho en África.

Los dos cuerpos fueron en aquel momento fieles al gobierno legítimo. Lo mismo hicieron en febrero de 1936, aunque probablemente sabían que el Jefe del Estado Mayor, el general que había masacrado con tropas extranjeras a los asturianos, trataba por todos los medios de que el gobierno provisional no aceptara el veredicto de las urnas y declarase el estado de guerra. Ayudado en esta labor por los dos extremistas de derecha: Gil Robles y Calvo Sotelo. El extremismo golpista del último no justifica su vil asesinato. Ni el crimen un golpe de estado que ya tenía, además, director desde mucho antes.

Y hace justo hoy setenta y dos años, carabineros y marinos, después de luchar a favor de la legalidad, tuvieron que rendirse. Sin muertos en ninguna de las dos partes.

Pero aquella tarde, ya llegaron en un camión los primeros cadáveres de los paisanos huidos al monte, que, seguramente, para infundir terror, enseñaron al público en La Corredera. Los militares que habían resistido a los sublevados lo verían todo desde el seminario, convertido en cárcel.

En el mes de setiembre, después de un seudojuicio que llamaron “Causa 517/36 ,” los fusilaron a casi todos. Y, lo mismo que en otros sitios, sólo siguió el silencio. No se podía decir que en aquel alzamiento muchos militares pagaron con sus vidas el ser leales, porque entonces el ejercito “salvador” quedaría en entredicho y sería juzgado como lo que realmente fue: una parte del ejercito rebelándose contra el Gobierno legitimo y contra otra parte de ejercito leal y mucho más heroica.

Seguramente también vieron desde su reclusión un desfile de las tropas triunfadoras. Y, quizás alguno sufrió, como lo hago yo ahora al ver una fotografía, en la que aparecen sacerdotes de Tui, entre otras muchas personas, haciendo el saludo Nazifascista al paso de los rebeldes. Me impresiona que también en mi ciudad, a la alianza del trono y del altar del siglo XlX, sucediera en 1936, la del altar y el fascismo.

Y días después (en otra fotografía también lo veo yo ahora), apareció una bandera con la esvástica, rompiendo bruscamente el paisaje apacible de la colina de piedra. Ambas cosas, el brazo en alto y la bandera asesinamente racista, símbolo del genocidio, eran parte de los que se rebelaron contra la legalidad democrática. Por eso tenían el apoyo de Musolini y Hitler. A los que Doña Carmen Polo llamaba familiarmente Benito y Adolfo, cuando muchos años después hablaba de semejantes personajes.

Por los olvidados rompo el silencio. Pero, en San Telmo del año que viene, los compañeros de armas de marineros y carabineros, volverán, si alguien no lo remedia, a lucir en su guión, como un trofeo: Tuy 1936. Vaya conmemoración y hazaña luce, por herencia, la Brilat que desfila por mi ciudad todos los años en las fiestas patronales…


Y en Valença, seguramente aún recuerdan a la única víctima de aquella acción heroica: mataron con un disparo de cañón a una mujer que pastaba una vaca con una cuerda. Seguramente también murió la vaca.

Lo escribo con pena. Con mucha pena por la BRILAT, que está hoy en menesteres mucho más honrados. Más pena porque en democracia parece que sigue habiendo vencedores y vencidos. Los marinos y carabineros de Tui siguen siendo de los segundos; y los más olvidados por todos. Parece que es políticamente incorrecto recordarlos. Setenta y dos años después, yo lo hago sin corrección ninguna contra las malditas obsesiones de las incorrecciones políticas.

Y sobre todo, porque en mi niñez conocí a los hijos de un carabinero fusilado. Y a los niños de entonces se nos educaba, en algunos sitios, para que viéramos normal que a los hermanos Osuna les hubieran matado a su padre. ¡Qué cruel fue aquella maldita normalidad!