martes, 17 de febrero de 2009

Setenta y dos años después

Manuel Vázquez de la Cruz


En Tui, hace hoy setenta y dos años, fueron vencidos y aniquilados, sin la mínima piedad, tal como instruía y quería el director de la rebelión y el general que después implantó su dictadura fascista. Algunos historiadores sostienen que de aquellos dos personajes, lo que más permanece es el dividir a los españoles entre vencedores y vencidos. Por esa razón, quizás, nadie habla ni escribe de los marinos del Fradera y de los carabineros que, en nuestra ciudad, defendieron al Gobierno que había elegido el pueblo español.

Cuando ambos cuerpos ya estaban en Tui o a punto de llegar, hubo en España, desgraciadamente, muchos sucesos traumáticos. Y muchos muertos, incluso, fusilamientos tremendos, por ejemplo, de sacerdotes carlistas y no sacerdotes. También de liberales por los carlistas que se ganaron, en nuestra comarca, al mando de Guillade, una merecida fama de sanguinarios. Infelizmente, nuestra historia es una sucesión de miserias y ninguna institución, política o religiosa, está libre de culpas. Pero, que yo sepa, nunca se persiguió con tanta saña ni durante tanto tiempo a los vencidos, como en los años que empezaron aquellos días.

Marineros y carabineros de Tui acataron la voluntad popular, cuando, el 14 de abril de 1936, se instauró en España La República. Unos y otros, actuaron siguiendo órdenes del gobierno legítimo (nada de izquierdas y dudosamente republicano), cuando la revolución de Asturias. Aunque el general que mandaba las tropas en aquel momento, prefirió, para que la represión fuera más violenta e infundiera más temor, traer a moros y legionarios, con los que él había aprendido a matar mucho en África.

Los dos cuerpos fueron en aquel momento fieles al gobierno legítimo. Lo mismo hicieron en febrero de 1936, aunque probablemente sabían que el Jefe del Estado Mayor, el general que había masacrado con tropas extranjeras a los asturianos, trataba por todos los medios de que el gobierno provisional no aceptara el veredicto de las urnas y declarase el estado de guerra. Ayudado en esta labor por los dos extremistas de derecha: Gil Robles y Calvo Sotelo. El extremismo golpista del último no justifica su vil asesinato. Ni el crimen un golpe de estado que ya tenía, además, director desde mucho antes.

Y hace justo hoy setenta y dos años, carabineros y marinos, después de luchar a favor de la legalidad, tuvieron que rendirse. Sin muertos en ninguna de las dos partes.

Pero aquella tarde, ya llegaron en un camión los primeros cadáveres de los paisanos huidos al monte, que, seguramente, para infundir terror, enseñaron al público en La Corredera. Los militares que habían resistido a los sublevados lo verían todo desde el seminario, convertido en cárcel.

En el mes de setiembre, después de un seudojuicio que llamaron “Causa 517/36 ,” los fusilaron a casi todos. Y, lo mismo que en otros sitios, sólo siguió el silencio. No se podía decir que en aquel alzamiento muchos militares pagaron con sus vidas el ser leales, porque entonces el ejercito “salvador” quedaría en entredicho y sería juzgado como lo que realmente fue: una parte del ejercito rebelándose contra el Gobierno legitimo y contra otra parte de ejercito leal y mucho más heroica.

Seguramente también vieron desde su reclusión un desfile de las tropas triunfadoras. Y, quizás alguno sufrió, como lo hago yo ahora al ver una fotografía, en la que aparecen sacerdotes de Tui, entre otras muchas personas, haciendo el saludo Nazifascista al paso de los rebeldes. Me impresiona que también en mi ciudad, a la alianza del trono y del altar del siglo XlX, sucediera en 1936, la del altar y el fascismo.

Y días después (en otra fotografía también lo veo yo ahora), apareció una bandera con la esvástica, rompiendo bruscamente el paisaje apacible de la colina de piedra. Ambas cosas, el brazo en alto y la bandera asesinamente racista, símbolo del genocidio, eran parte de los que se rebelaron contra la legalidad democrática. Por eso tenían el apoyo de Musolini y Hitler. A los que Doña Carmen Polo llamaba familiarmente Benito y Adolfo, cuando muchos años después hablaba de semejantes personajes.

Por los olvidados rompo el silencio. Pero, en San Telmo del año que viene, los compañeros de armas de marineros y carabineros, volverán, si alguien no lo remedia, a lucir en su guión, como un trofeo: Tuy 1936. Vaya conmemoración y hazaña luce, por herencia, la Brilat que desfila por mi ciudad todos los años en las fiestas patronales…


Y en Valença, seguramente aún recuerdan a la única víctima de aquella acción heroica: mataron con un disparo de cañón a una mujer que pastaba una vaca con una cuerda. Seguramente también murió la vaca.

Lo escribo con pena. Con mucha pena por la BRILAT, que está hoy en menesteres mucho más honrados. Más pena porque en democracia parece que sigue habiendo vencedores y vencidos. Los marinos y carabineros de Tui siguen siendo de los segundos; y los más olvidados por todos. Parece que es políticamente incorrecto recordarlos. Setenta y dos años después, yo lo hago sin corrección ninguna contra las malditas obsesiones de las incorrecciones políticas.

Y sobre todo, porque en mi niñez conocí a los hijos de un carabinero fusilado. Y a los niños de entonces se nos educaba, en algunos sitios, para que viéramos normal que a los hermanos Osuna les hubieran matado a su padre. ¡Qué cruel fue aquella maldita normalidad!

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