domingo, 22 de febrero de 2009

HORRORES Y CUENTOS DEL “CORAZÓN”



No quiero recordar la fecha pero sé que no se me borrará de la mente jamás la hora. Era un poco antes, sólo un poco antes de las tres de la tarde. En mi casa veía y escuchaba la TVG. La locutora dio una noticia que acababa de suceder. Una primicia sobre la marcha del telediario: en el aeropuerto de Madrid había habido un accidente. Así sin más. Supongo que cualquier medio del mundo haría lo mismo. Seguramente para cualquier medio del mundo “el mercado”, el dios actual de la economía, demanda actuaciones así. Agresividad comercial, impacto, primicia (y todas esas “lerias”) dirán complacidos los sumos sacerdotes de la nueva deidad.

Aquel mismo día y a aquella misma hora, mi hija y muchas más hijas, y padres, y hermanos, y muchos seres queridos de muchos, estaban en aviones a punto de aterrizar en Madrid. Y a todos nos dio un vuelco el corazón, se nos nubló el cerebro y sentimos mucho miedo y horror. A algunos la tristeza ya no les abandonará nunca. Otros, felizmente, tardamos sólo un poco en saber que aquel avión despegaba hacía Canarias. Poco tiempo pero… ¡cuánto tiempo puede durar un cuarto de hora algunas veces! Aquella tarde fueron apareciendo muchos muertos. Una tragedia.

Durante muchos días los periódicos, las radios, las televisiones contaron tanto, con tantos detalles, con tantas teorías que el dios mercado debió regocijarse de gusto. Desde su pedestal antihumano y en el que el sentimiento no importa, sirvió fielmente al morbo nauseabundo de mucha gente. E hizo sufrir muchísimo a las familias de las víctimas que hubieran deseado un poco de tranquilidad.

No puedo seguir mi escrito sin recordar a los familiares de los fallecidos y expresarles mi pesar. Quizás en el pésame más sentido que he dado nunca.

Cuando yo me marché a un viaje desde Tui, de eso se hablaba en mi ciudad, prácticamente sólo de eso, y ya había muchos técnicos en alerones, planos, timones, sensores de calor y de frío. Y, en general, de todos “los aparellos”de las grandes aeronaves.

Pero cuando volví, días bastantes después, ya había otro tema de actualidad. La gente hablaba de la gente del “corazón”. Ya saben Vds. de esa gente que va a las bodas de los famosos, de los hijos de los famosos, de los nietos de los famosos. Bueno, de esos famosos que no tienen nada que ver con Fleming ni Eisten ni Francisco de Asís, ni de ningún premio Nobel. De esa gente de la cual alguna jamás ha dado golpe, cobra por entrevistas y, también algunos o algunas, tienen los cuernos de oro que otros, también algunos o algunas, portan con orgullo. Y cobran por contar cómo se los pusieron o los pusieron.

Otra vez el dios mercado. Mis felicitaciones a los contrayentes. Mis deseos de que salgan poco, mejor nada, en el tipo de revistas del “corazón”. Mi consejo, que nadie me ha pedido, que escapen más de los papanatas que de los paparachis.

Durante el tiempo que duro el hablar de estas cosas, muchas personas, algunos niños recién nacidos, murieron ahogados o de frío o de hambre, en un cayuco o una patera. Sólo querían trabajar en este u otro país del entorno. Les bastaba, además, el trabajo que trabajadores de aquí rechazan. Los ascendientes de una sociedad, la occidental, los colonizaron y robaron durante siglos y hasta muy recientemente. Aquellos colonizadores y neo colonizadores dejaron sus costas sin pescado, sus minas sin minerales o en “buenas manos”, sus campos sin compradores de la producción y, sobre todo, educaron a sus clases dirigentes en la corrupción para dominarlos a ellos y a sus dirigidos. A alguno, honrado, después de torturarlo, lo mataron. Sí, utilizaron todos su medios y todos sus ejércitos (los de las ideas, los de las religiones y, cuando hizo falta, sus maquinas de matar) en el empeño de robarlos. Y, de vez en cuando, sin sonrojo ninguno, lo reconocen. Por ejemplo, se jactaban algunos, durante las recientes olimpiadas, de que un chico negro jamaicano, que batió todos los record, había nacido para correr gracias a que los negreros llevaban allí a los más preparados para esa función. Nunca se pedirá perdón por todo el daño que se hizo y, alguna vez, hasta se mostrará orgullo. Como en este caso.

Y la noticia de los muertos ahogados en el Atlántico, niños recién nacidos incluidos, apenas se encuentra en los periódicos y sale en pequeños flasses en las televisiones. A la gente no le gusta leer esas cosas, ni que se escriba. Mucho menos verlas. Manda el mercado. El libre mercado, claro. Para lo que interesa, claro.

Y, la Diplomacia Vaticana, mantuvo siempre silencio y se dice que a los negros quiso negarles hasta el alma. Otras veces hizo manifestaciones sibilinas. Las últimas versiones de estos modos de hacer, aunque el caso sea sobre otro asunto menos importante, son muy actuales. Una la siguió claramente el Vicario General de la Diócesis de Tui-Vigo, en una entrevista que leí sobre los muertos sin enterrar dignamente (en la que dijo que por un lado sí, pero por el otro no. O sea: ni dolor de corazón, ni propósito de enmienda, ni memoria, ni recuerdo). El silencio lo mantiene el Sr. Obispo sobre cómo debe denominarse la Diócesis. Algunos empezamos a pensar que pudo haber sido él el que apuntó la tontería al Sr. Caballero. Porque al fin y al cabo, en este caso, quien sale beneficiado es Vigo, llevando a su lado el nombre de, probablemente, la ciudad más antigua de Galicia. Pero como la diplomacia vaticana es muy complicada, el Sr. obispo no dice lo que debería decir y algo debería decir. Y si calla él sabrá el porqué. Algunos no vamos a callar esa historia de menosprecio a nuestra ciudad. En la que su Eminencia empieza a aparecer como un culpable más. Y se cuentan historias…

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