martes, 17 de febrero de 2009

DE LAS LUCIÉRNAGAS A LAS OBSTENTACIONES

En la década de los cuarenta los niños del viejo barrio buscábamos luciérnagas en las orillas de las carreteras descarnadas y sin coches. Desgraciadamente la falta de luz nos ayudaba a encontrarlas, y esta falta era sólo una parte muy pequeña de la miseria reinante en aquella posguerra.

Hace poco se celebraba en Ajaccio un aniversario del nacimiento de Napoleón, figura histórica por los que muchos sentimos cierta admiración y por la que sus paisanos los corsos sienten una gran devoción. Laica, pero devoción, por eso iluminaron su ciudad.

En pueblos y urbes de Portugal, tan cercano, adornan las calles, cuando están en fiestas, con maderas pintadas de forma artesanal que forman arcos en torno a las rúas. Después se guardan, quizás se repintan y vuelven a colocarse.

El verano pasado un amigo, aprovechando la oscuridad de la noche y la altura de Peña Trevinca, fue enseñándome muchas estrellas y diciéndome sus nombres. Y lo que son las mentes humanas, en la mía, cada estrella tenía su par en una luciérnaga de los años cuarenta en el viejo barrio de San Bartolomé. Allí, por las fiestas, se adornaba el atrio con miles de banderitas de papel de colores en un cuadro que, al menos, en mi recuerdo es espléndido.

Días atrás escuché a un sabio de la energía que afirmaba que si todos los habitantes del mundo consumiéramos de media de productos energéticos los mismos que un ciudadano de los Estados Unidos de América del Norte, el mundo se acabaría en tres días. Quizás por eso aquella nación no firmó el tratado de Kioto. Quizás por eso se metió en la guerra de Irak.

El equipo de gobierno del Ayuntamiento de Tui, tan pro yanqui que no quiso condenar esa guerra, tampoco firmaría ningún tratado del estilo del nombrado. Quizás por ser pro yanqui o quizás porque le gustan muchos mas las luces que las luciérnagas y las estrellas del cielo. O sea, están mucho más pegados a la tierra y a los votos que, al parecer y aún que se pase ampliamente el límite de lo razonable, dan las bombillas que consumen energía.

En algunos lugares del Ayuntamiento de Tui, hay tantas luces alumbrando el camino, sin necesidad, que siempre me pregunto si seremos el pueblo más rico del mundo. Desde luego, debemos ser los que mejor pagamos los votos con lucecitas. Recuerdo haber escrito que la corredera tiene tanta luz todos los días que allí ya no pueden enamorase ni los pajaritos. Mucho menos hacer el amor, porque aunque los pájaros sean poco recatados, tanta luz les debe quitar las ganas de cualquier cosa.

Pero este año, en San Telmo, en cuanto a “luceria” y en gasto de energía, por lo tanto también en derroche, creo que mi ciudad gastó por habitante tanto como un ciudadano de U.S.A. Y más, “que los records son para batirlos”, debieron pensar orgullosamente nuestros dirigentes.

Fueron tantas las luces que se hubieron de habilitar postes adicionales para sostener los tinglados que soportaban las bombillas. Y estaban tan juntos que unos impedían la visión de los otros. Además llegaban muy arriba, no fuera a suceder que alguno quisiera mirar al cielo y ver alguna estrella. Mi antigua ciudad parecía un ciudad nueva y de nuevos ricos (de cuando los nuevos ricos recientes pierden la mesura).

Algunas personas hacían cuentas del gasto que suponía semejante alumbrado y palpaban sus bolsillos diciendo que aquella obstentación la pagarían los contribuyentes.

Yo me acordé de Córcega y de Napoleón. Del orillamar de Ajaccio iluminado con gusto pero sin derroche. De los pueblos y ciudades adornados de Portugal en sus fiestas con arte popular y sentido común. Del sabio de la energía y de Kioto. De Juán Font y Nazario Araujo que engalanaban S. Bartolomé con mínimo gasto y mucha imaginación. De que el partido de los mismos que hacen este despilfarro, ponen el grito en el cielo por cualquier gasto social por pequeño y necesario que sea.

Y, perdonen Vds., pensé en todas las hambres y miserias que la humanidad ha tenido que pasar y en la poca memoria que tienen algunos. Y me acordé de las luciérnagas, esos animalitos que tienen luz propia y vagan con ella a cuestas. Pensé que todos necesitaríamos más luz propia en nuestros “entendederas”.

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